viernes, 25 de julio de 2025

Sobre "La pequeña coral de la señorita Collignon"

 Recién (posta, recién) terminé de leer “La pequeña coral de la señorita Collignon”, del español Lluís Prats. Tiene dos cosas que son muy reconocibles: Es un libro cinematográfico y es predecible. Ya la premisa propone una historia que vimos cien veces: una profesora acostumbrada a una escuela céntrica es trasladada a una marginal. Superada la conmoción inicial, en poco tiempo transforma la vida de sus estudiantes que, hasta su llegada, eran un grupo variopinto de inmigrantes con poco futuro. Si viste y te emocionaste con películas como “Escritores de la libertad”, “El club de los poetas muertos”, “Mentes Peligrosas” o “Entrenador Carter” (yo lo hice), la experiencia de “La pequeña coral de la señorita Collignon” tiene el mismo efecto, pero con un recorrido mucho más simple e inocente. Es más parecida a “Cambio de hábito” pero sin el humor.


¿Entonces, recomendás o no el libro? Sí, claro. Porque funciona. Porque hay algunas historias que son predecibles porque ya vimos cien veces sus recursos para tocarnos el corazón, y no por eso dejan de hacerlo. Porque la trama es simple pero bella. Porque el final es un tercer acto para que tu cabeza lo nutra de grandilocuencia como si estuvieras en una superproducción de Hollywood… o en la ópera del mejor teatro de Paris, Madrid o Buenos Aires. Porque todos necesitamos creer que en el mundo pasan cosas que nos dan esperanza. Que la gente se une, que las manos se tienden, que las personas tienen gestos de grandeza cuando son necesarios. Que todo puede cambiar si no nos rendimos. O al menos, creer que el mundo aún puede darnos un rato de magia. De esa magia que lo sigue siendo aunque conozcamos sus trucos.


PD: Hay una película francesa basada en este libro, “Los chicos del coro”. No la vi, pero un relato así solo puede arruinarse con esmero. Así que debe estar bien. Me avisan si la vieron.

martes, 21 de enero de 2025

Sobre "La Isla del Tesoro"

 


“Compañeros, estoy aquí para llevarme el tesoro, y no me va a ganar hombre ni demonio”. El pirata John Silver vocifera, da órdenes, traiciona, y -sin embargo- nos resulta encantador. En el fondo, se porta bien como personaje, y deja que el joven Hawkins sea el protagonista de la historia la mayor parte del tiempo.
Leyendo “La isla del tesoro” sentí que me golpeó a las puertas de la memoria una esquiva niñez añorada. Películas como “Los Goonies” o “La joya del Nilo” me hacían sentir que el mundo nos tiene reservadas mil aventuras. Y la misma infancia nos hace siempre dignos de cada una de ellas sin ninguna duda. Este libro es así. Atrapó entre sus hojas mi atención y mi corazón, me hizo exclamar solito conmigo (bah, una de mis gatas lo escuchó) “Esto es una maravilla”.
Me debía este clásico de la literatura universal. Y leer a Robert Louis Stevenson es un disfrute grandioso. Alguna vez Borges, quien era bastante crítico de otros escritores, lo mencionó como su “maestro y amigo”. Yo me puedo parecer un poco a Borges en eso de hacer amigos a través de los libros. Muchas veces mi amistad se basó en la intrincada prosa de Borges, porque me parece bella, me desafía, me hace pensar, y me vuelve a parecer poesía, filosofía y ciencia como una misma cosa. Hoy, quiero invitar a todo el mundo a vivir aventuras con Stevenson, un amigo de la infancia que no sabía que tenía. Porque hace mucho tiempo que un libro no me hacía sentir que el mundo aún tiene aventuras esperándome. Y no quiero olvidarme que aún soy digno de merecerlas. Así que ya saben: si encuentran un mapa ajado y amarillento, con referencias hechas con dibujos simples y cruces, me avisan. No sea cosa que un pirata haya dejado un tesoro por ahí.


miércoles, 11 de septiembre de 2024

Algo mejor

Vos dijiste que no querías cenar. Pero un rato antes dijiste que sí tenías hambre. Y antes aún habíamos dicho  que nos comeríamos unas ricas papas fritas.

Te volví a preguntar si querías que pidamos algo y me dijiste que mejor no, que coma yo lo que quisiera, que preferías no comer porque no tenías ganas de nada.

Después te fuiste a bañar. Yo, mientras estabas en la ducha, me puse a pelar papas y calentar aceite. 

Cuando saliste del baño sonreíste oliendo a jabón y me besaste. La casa ya olía a papas fritas.

Después, cenamos juntos.